Es la sensación "indie" del año de cara a los Oscar, pero "Precious", de Lee Daniels, para plasmar el calvario que atraviesa una joven afroamericana y obesa víctima de los malos tratos, acumula tantas trampas y excesos como el más abusivo de los melodramas de Hollywood.
Es una tendencia marcada desde hace tiempo: la de confundir el bajo presupuesto con la crudeza y perdonar el efectismo en pos del retrato de una minoría maltratada desde dentro. Doble rasero, como en tantas otras cosas.
"Precious", producida por Mariah Carey y Lenny Kravitz, que a su vez se reservan sendos papeles secundarios en el filme, es un abanderado de esta corriente y se basa en la novela "Push", de Shappire.
No existe desgracia que no asuele la vida de la protagonista, una especie de Santo Job de los suburbios neoyorquinos que carga con las iras aleatorias de un dios sin concretar que la alumbró en un pesebre muy concreto: Sundance.
Le han rendido culto, desde entonces, festivales como Cannes, San Sebastián, los Globos de Oro y los Óscar.
"Precious" es, entonces, como una nueva parábola para los amantes de la teodicea, si es que queda alguno en el siglo XXI.
Afroamericana, obesa, pobre, embarazada, enferma, analfabeta, maltratada... y con la ironía de ser llamada "preciosa".
Ella se abstrae de tanta injusticia en unas secuencias oníricas en las que es una estrella de la música. Pero incluso entonces la película es demasiado ruidosa.
Y es que no se puede decir que el debutante Daniels haya apostado por la contención, sino por el bombardeo emocional que acorrale a la empatía del espectador. Énfasis. Subrayado.
Hacerlo bien implica entroncar con una privilegiada tradición a la que pertenecen la tragedia griega y el tremendismo de Camilo José Cela. "Precious" no llega a tanto y cae en lo que toda la vida se ha catalogado como lágrima fácil.
Frente a una dirección tan poco sutil, hay que reconocerle al filme lo impactante de sus interpretaciones femeninas: tanto la mártir, interpretada por Gabourey Sidibe, como la verdugo encarnada por Mo"Nique, Globo de Oro a la mejor actriz secundaria, sí son descarnadas y realistas.
Y, en esa misma línea, la película se convierte en lo que debería cuando baja la presión y no busca desesperadamente el sufrimiento.
En concreto, en las escenas desarrolladas en el programa de alfabetización, donde al fin se filtra algo del humor que hace respirable -y verosímil- el melodrama.
Mientras tanto, Carey y Kravitz cumplen con sus "casi cameos", pero no dejan de remachar el desagradable aroma de la condescendencia. La que acaba retratando los problemas de un manera sumamente epidérmica, por mucho que el dedo ahonde en la llaga.
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